Por Enrique Salvo Tierra
Apreciado lector, ante ti tienes un libro, que más allá de ser una prolija obra botánica, de carácter científico, lo que deseamos los autores es invitarte a conocer, a reflexionar y descubrir, cuanta alma y pensamientos hay en la historia de esos más de cuatrocientos ejemplares, de cuarenta especies distintas de árboles, que cubren este maravilloso, único y solemne lugar que es el JARDÍN DEL RECUERDO.
Bajo excepcionales condiciones climáticas de sequías y de olas de calor, poco más de una década ha convenido para que lo que era un erial hoy se constituya en un ‘arboretum’ de reconocimiento internacional. Para vencer aquellos obstáculos que la naturaleza pone para evaluar la calidad de las ideas que se persiguen, basta con el empeño de personas cuyo reconocimiento es obligado. Desde la serenidad, su acervo cultural y el derroche de benevolencia y cariño, el sueño de D. Federico Souvirón ha sido la apuesta decisiva para que este propósito, que como aquellos de los aventureros del renacimiento, solo el convencimiento de que merecía la pena el esfuerzo obtendría su justa recompensa. En su profunda convicción de que Málaga es condescendiente con los pioneros, con los emprendedores, apostó por un propósito que hoy se vislumbra como único a nivel nacional e internacional. Como en otros grandes planes paisajísticos en la historia, el acierto de su ideólogo fue depositarlo para su ejecución en algún sabedor, conocedor de los requerimientos del terreno, de la selección de las especies más idóneas y de las innovaciones que provienen de la ciencia y la tecnología para el mejor logro de los objetivos. Como lo fue Le Notre en Versalles o Forestier en tantos jardines españoles, Rafael Guerrero ha sido el hacedor, con su trabajo diario, de aquel sueño, de aquella utopía que hoy se hace realidad creciente.
Algunos hallazgos arqueológicos recientes han servido para barajar la hipótesis de que ya los neandertales disponían de unas primigenias necrópolis, a las que se han bautizado como ‘ciudad de las flores’, ya que en los enterramientos se han encontrado restos polínicos diversos, que debieron acompañar a los difuntos. Resulta curioso que la mayor parte de estos restos vegetales pertenecen a amapolas, una flor cuyos frutos se han vinculado con estos espacios desde siempre. Los frutos de la adormidera ya se esculpían en la entrada de los espacios de descanso eterno de Mesopotamia, por su vinculación a un sueño dulce. Desde entonces las flores, ya fuesen cultivadas o talladas, se han tenido siempre como referencias de reconocimiento, de identificación y sobre todo de forma de transición de una vida terrena a otra espiritual. En muchas culturas, los árboles con su ‘inframundo’ radicular, la elevación de sus tallos hacia el cielo y el estallido de sus yemas proveyendo de nuevas hojas y flores, fueron considerados como el hospedaje final de las almas, una forma muy vital de reencarnación perpetuando la vida. No en vano la diversidad de árboles así vinculados disponen de una elocuente simbología y son numerosos los mitos y las leyendas construidas sobre ellos. El árbol es en sí el paradigma de la inmortalidad, siendo los organismos más longevos que se conocen, como es el caso de algunas piceas escandinavas que ya cumplen los diez mil años.
A pesar de la rica diversidad florística que copan estos espacios, sin embargo son escasas las referencias a ese mundo vegetal, excepcional por su carga simbólica. En nuestro país sentó base la pequeña pero extraordinaria aportación de Celestino Barallat de 1885: Principios de Botánica Funeraria. Este abogado y escritor desarrolló en su libro unos mandamientos acerca de cómo deben ser ornamentados aquellos nuevos cementerios que estaban creándose en España, justificando su elección en aspectos simbólicos y en directrices provenientes del propio concepto de tan excepcionales equipamientos urbanos.
Hoy los cambios en el proceder de las exequias han llevado a que viren las necrópolis hacia modelos más integrados en el desarrollo urbanístico de las ciudades, conceptuándolas como un elemento propio del conjunto de zonas verdes urbanas, aproximándose cada vez más al modelo de parques en los que compatibilizar el respeto a los finados y actividades de esparcimiento.
El Jardín del Recuerdo de Málaga es el mejor ejemplo de esta nueva concepción, es ya un espacio que se imbrica como núcleo potente en la infraestructura verde urbana de Málaga, no sólo por la biodiversidad que atesora y los servicios ecosistémicos que ya presta en beneficio de la ciudad, sino por ser un espacio para el desarrollo de la novedosas Soluciones basadas en la Naturaleza. En ellas cabe mucho que aprender y que extender para lograr expandir la sostenibilidad.
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