La palmera, que forma parte de nuestro paisaje urbano habitual, viene siendo desde hace mucho tiempo afectada de una plaga que no es precisamente en picudo rojo. Se trata de los podadores. De ellos por desconocimiento o, si lo tienen, por dictamen de quien lo ordena. Existe una leyenda urbana de que si se podan con más frecuencia crecen rápido pero, lógicamente, no es así. Ellas se alimentan a través de sus hojas y por tanto a mayor eliminación de éstas, menor es su crecimiento, además de otros efectos nocivos que produce un exceso de eliminación de hojas verdes.
En este caso, en el Casino Torrequebrada de Benalmádena, la actuación sobre ejemplares de Washingtonia robusta no ha podido ser más nefasta. Los ejemplares no han tenido buena suerte con sus mantenedores y son ejemplo de lo que nunca se debe hacer a una palmera: quitar hojas verdes. En este caso, la actuación ha sido de tanta saña que sólo les han dejado un par de ellas, poniendo en peligro a los ejemplares por pérdida de equilibrio energético, futuros daños biomecánicos que afectarán a su resistencia a vientos y riesgo de rotura, exceso de radiación debido a la eliminación de sombra en zonas tiernas que pueden producir posibles fisuras.
Total: una pésima gestión que ya no tiene solución. Para evitar estos desaguisados están los profesionales que, con sus conocimientos y deontología, seguro que intentarán velar por la salud de los ejemplares y de las personas que disfrutan de los espacios verdes donde éstas se encuentran, aunque a veces les cueste el “trabajo” y llegue un desaprensivo que lo haga para abaratar costes a los contratantes. Esperemos que esto cambie de una vez.
Antes y después de la poda: