EL BOSQUE URBANO Y LAS CIUDADES DEL FUTURO
Ana Macías Palomo
Ingeniera de Montes
Presidenta de Arborcity
Miembro del Foro del Árbol
Todos los árboles y la vegetación de las calles, de los parques e incluso la que se encuentra en jardines privados, dentro de los límites de una determinada ciudad, componen lo que llamamos el bosque urbano. Otros términos con un significado similar ligados al concepto de bosque urbano, como los de infraestructuras verdes o soluciones basadas en la naturaleza, aluden al mismo concepto de cambio de paradigma del árbol en la ciudad.
En un principio hablar de bosque urbano puede parecer una contradicción porque normalmente bosque define una zona arbolada, más o menos densa, en terrenos forestales, algo muy lejano a la idea tradicional de ciudad. Sin embargo, las ciudades del futuro van a tener que reinventarse para continuar siendo habitables, van a tener que naturalizarse, intercalando los edificios y vías de comunicación con islas de vegetación y otros tipos de infraestructuras verdes. Hoy más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y se espera que para 2050 se llegue al 70 por ciento de la población total. Pero las zonas urbanas concentran graves problemas ambientales que causan la muerte de millones de personas cada año, como la contaminación atmosférica o las olas de calor fruto de los efectos del cambio climático y el fenómeno de “la isla de calor”.
Los árboles tienen un enorme potencial para transformar el medio urbano: son capaces de regular la temperatura, no sólo bajo su sombra directa sino también a su alrededor, gracias al agua que emiten a la atmósfera mediante la evapotranspiración; evitan emisiones de carbono porque reducen el consumo energético en aire acondicionado; capturan carbono en sus tejidos al crecer mitigando el cambio climático; son capaces de reducir la contaminación atmosférica; controlan y reducen las aguas de tormenta e inundaciones; y además, crean espacios de paseo y ocio que reducen el estrés y contribuyen a la práctica de ejercicio y hábitos de vida saludable, entre otros muchos ejemplos. La vegetación en las ciudades ha dejado de ser algo meramente ornamental, algo accesorio, para convertirse en un elemento funcional y necesario. Debemos dejar de elegir arbolitos pequeños y floridos únicamente para que adornen nuestras calles, y empezar a planificar el bosque urbano como una herramienta valiosa con un enorme potencial capaz de mejorar la calidad de vida y la salud de nuestros conciudadanos.
Es importante concebir el bosque urbano como una unidad que debe ser pensada y gestionada de forma global, de igual manera que se planifica el transporte o la red de alcantarillado de una ciudad. La planificación y una adecuada gestión son las herramientas con las que contamos para conseguir que nuestros bosques urbanos se mantengan y prosperen en el futuro. Primero se debe evaluar los árboles con los que contamos de partida, por eso siempre se empieza realizando un inventario. Después debemos hacer un diagnóstico de la situación en la que se encuentra nuestra población y ver cómo podemos ayudar a mejorarla. Para ello se deben analizar cosas como la edad de los árboles o la composición en especies, buscando tener una distribución equilibrada y una variedad suficiente que nos permita tener resistencia frente a posibles plagas, a la vez que vamos introduciendo especies que se adapten a las nuevas condiciones climáticas que van a llegar con el cambio global. Los objetivos de planificación deberán marcarse tanto a corto como a largo plazo y deberán ir revisándose periódicamente. La gestión del bosque urbano debe además asegurar que los árboles alcancen la madurez y que se elijan las especies adecuadas para el lugar y espacio disponible. De esa manera, se conseguirá maximizar los potenciales beneficios y se mejorará la salud de los arboles, a la vez que se reduce el riesgo y el gasto en podas innecesarias. Para poder realizar todos estos pasos se necesitan técnicos especialistas en todos los eslabones de la cadena: desde los que sepan elaborar planes de gestión hasta los que sepan podar respetando la estructura natural del árbol, desde los que sepan evaluar la seguridad de un ejemplar hasta los que sepan plantar correctamente. Todo ello sólo será posible si se tiene trabajadores y gestores cualificados, se les dota de los recursos necesarios y se valora su trabajo.
Actualmente, la gestión la pagan los propietarios de los arboles, que en la mayoría son los gobiernos municipales, pero también propietarios privados como comunidades de vecinos, empresas, universidades… Sin embargo, estos arboles están proporcionando beneficios que se extienden más allá de los límites de su municipio o de su propiedad, teniendo un impacto positivo en la salud de los habitantes de ese territorio y, por tanto, generando beneficios económicos en forma de ahorro en gasto sanitario o mejorando el rendimiento de los trabajadores en las empresas, entre otros. Así, vemos como todos estos beneficios económicos afectan a otros niveles de la administración territorial o a otros sectores económicos. Parecería, entonces, justo que los propietarios de árboles urbanos recibieran alguna compensación. Es lo que se conoce como pago por servicios ecosistémicos. Una adecuada gestión del bosque urbano no debería verse como un gasto sino como una inversión en salud pública. Y es importante resaltar que no basta con tener árboles, sino que estos deben cuidarse y gestionarse bien porque en su buen estado y vitalidad radica que se maximicen todos estos beneficios. En nuestro país, muchos ayuntamientos pequeños no tienen los medios para poder realizar ni siquiera un inventario del bosque urbano de su municipio y muchos pequeños propietarios no pueden asumir pagar a un profesional para mantener y cuidar sus árboles. Una compensación económica en forma de incentivo fiscal, por ejemplo, podría suponer la semilla necesaria para poder gestionar adecuadamente, conservar y aumentar ese valioso patrimonio verde que nos está beneficiando a todos.
Si estamos hablando de los numerosos beneficios que proporcionan los arboles para la salud y que cuanto más cerca estemos de ellos más beneficios nos van a producir, parece sensato pensar que todos los habitantes de una ciudad deberían tener igual acceso a calles arboladas y zonas verdes. Sin embargo, las zonas verdes suelen estar ligadas a los barrios con mayor renta per cápita. Cuando cambiamos la lente con la que vemos el árbol en la ciudad y empezamos entenderlo como un plus de salud, el reparto equitativo de la infraestructura verde se convierte en un derecho de todos los ciudadanos independientemente de sus ingresos y del barrio en el que vivan. El reparto y distribución de la vegetación en una ciudad es por tanto una herramienta política de equidad social que deberá tenerse en cuenta al planificar y gestionar el bosque urbano.
Finalmente, debemos conseguir una coordinación entre urbanistas, ingenieros civiles y gestores del bosque urbano desde el comienzo de cualquier nuevo proyecto, entendiendo el verde urbano y su integración como un elemento transversal, para que las obras y los cambios de diseño de viales y plazas se planeen protegiendo y manteniendo los árboles como eje pivotal. Y esta comunicación entre expertos necesita extenderse también a la ciudadanía de manera bidireccional. Los técnicos debemos aprender a comunicar mejor y a hacer partícipes y cómplices a los ciudadanos. Al fin y al cabo, el patrimonio verde es de todos y todos debemos sentirnos parte y hacernos co-responsables de su conservación y su puesta en valor.
Por todas estas razones, es urgente que nos concienciemos de la importancia de planificar ciudades con los árboles como un elemento integral en su composición para de esta manera crear espacios habitables, sanos y donde sea agradable convivir. Porque las ciudades del futuro serán verdes o no serán.