LA CIUDAD Y EL ÁRBOL
Ángel Enrique Salvo Tierra
Profesor de Botánica de la UMA
Miembro del Foro del Árbol
Enséñame los árboles de tu villa y te diré como eres. El arbolado urbano ha modelado el alma de las ciudades y la idiosincrasia de sus gentes. Las ciudades sin árboles son mostrencas, mientras que las que los poseen y los preservan han escrito su historia en base a las especies arbóreas que han integrado en su paisaje cotidiano, con sus formas, colores y aromas. La cultura del árbol y la arboricultura, como cuidado de los mismos, identifican a las culturas en las que predominan los valores, y muy especialmente el de la solidaridad tanto coetánea como, la más importante y altruista, intergeneracional. Transcurrirán varias generaciones para que los árboles que plantemos hoy puedan ser disfrutados.
Los deciduos olmos, chopos y plátanos han marcado los ejes hacia la centralidad con alamedas que constituían el principal espacio de paseo y encuentro, salones para la convivencia y el festejo. Los erguidos cipreses en los extramuros han marcado la dirección al cielo indicando el lugar de la serenidad y el respeto para el sueño eterno, y cada uno de noviembre el espacio para ensalzar la memoria. Los globosos pimenteros de los fielatos daban cobijo en su buena sombra en la entrada a las ciudades cuando estas eran el mejor espacio para la libertad. Laureles lustrosos y egregias palmeras eran después los encargados de dar la bienvenida a los forasteros. Bajo la copa de las enormes copas de centrípetos robles se conformaba el ágora en donde los mayores vaticinaban los peores y mejores momentos. Guindos, tilos y fresnos competían en la toponimia urbana para ofrecer el lugar donde mejor vivir, mientras que los naranjos, arrayanes, flamboyanes y jacarandás ponían aromas y colores para marcar cada uno de los recuerdos que se debían albergar para siempre, los de la infancia balsámica, los de las primaveras de los primeros amores, los de la repetición de estaciones que servían para asumir con impenitente alegría que el tempus fugit.
Pero el ecosistema urbano que hemos construido en las últimas décadas, con sus duros pavimentos y sus umbrosos edificios, es agresivo para la Naturaleza, especialmente para los requerimientos de los árboles. Decía Gabriel Celaya, como si de un árbol se tratase, que la ciudad es de goma, lisa y negra. Si la ciudad de hoy es el desarrollo, los árboles serán los que determinen su futuro. Cada vez conocemos más sobre los múltiples servicios ambientales que generan los árboles y, en consecuencia, de los beneficios con que provee a sus habitantes. Incluso nos atrevemos a valorar dichos servicios a fin de hacer más fácil comprender su aportación a nuestro bienestar y calidad ambiental. Qué la productividad de un algarrobo urbano de 40 años sea de más de 30.000 euros anuales aún sorprende por desconocer que sin coste alguno de mantenimiento retiene toneladas de gases de efecto invernadero y de partículas de polvo en suspensión, con sus hojas y frutos enriquece de nutrientes el suelo, crea un topoclima de temperatura y humedad idóneos para nuestra especie, retiene el agua en el subsuelo y sirve de cobijo y sustento para una diversidad de organismos, desde bacterias benévolas hasta cantoras aves, inéditas en el difícil desierto cultural. Todo esto y mucho más podemos incluir en una cuenta de resultados en cuyo saldo los beneficios superan ampliamente a los costes.
En la historia de amor entre la ciudad y el árbol aún está por escribir su capítulo final. La ciudad ha sido infiel al árbol, prefirió el hormigón y el cemento, lo trato como un mobiliario urbano más, con menos categoría que una papelera o un semáforo. Pero habrá un día en el que entienda que su unión debe ser indisoluble para que todos los componentes que la integran funcionen en las mejores condiciones. Entonces solicitará de su mano hacedora dame árboles y cambiaré el futuro.