El científico y activista forma parte del comité del European Arboicultural Council (EAC) y dedica sus días a redactar los estándares esenciales para que estás especies reciban cada vez mejores cuidados y preservan sus propiedades naturales
Fuente: El País. Eduardo Barba
El árbol es el vegetal que normalmente domina cualquier jardín en el que esté presente, además de generar pasiones desatadas. Su anatomía es la principal responsable de ese flechazo, y cada persona suele tener unas cuantas especies favoritas. Gerard Passola, biólogo especialista en arboricultura y director de la empresa Doctor Árbol, lleva muchos años aprendiendo y divulgando sobre este complejo mundo fascinante. Forma parte del comité del European Arboricultural Council (EAC) para la redacción de los estándares europeos de arboricultura, esenciales para que los árboles reciban cada vez mejores cuidados, desde que nacen hasta que dejan de darnos sombra y regresan a la tierra de la que surgieron.
Pregunta. Su amor por el árbol le ha llevado a explorar terrenos poco conocidos de estos seres vivos tan fascinantes.
Respuesta. Quizá las palabras que yo utilizaría serian curiosidad y admiración. El amor está ahí de manera implícita. Pero siento básicamente una inmensa curiosidad científica por todas las facetas del árbol y una gran admiración por su naturaleza, que es mucho más sabia de lo que podemos conocer a simple vista, y que se constata en mil detalles pequeños y grandes. Además, el árbol tiene siempre preparadas nuevas preguntas cada vez que conseguimos desvelar alguno de sus mecanismos o estrategias. Otro aspecto que creo que define mi relación con los árboles es que me apasiona ver cómo la naturaleza, en general, y los árboles, en particular, tienen esa capacidad de humanizarnos, la naturaleza es una parte necesaria para el desarrollo correcto de nuestra humanidad.
P. ¿Y qué posición ocupa esa humanidad con respecto a la naturaleza?
R. Para acercarnos más a ella, algunas propuestas pretenden quitarle al hombre ese papel preponderante en la jerarquía dentro de la naturaleza. No estoy de acuerdo con esa simplificación, aunque tenga buenas intenciones. El hombre es, por nuestra repercusión, el ser más relevante de la naturaleza, nuestra autoridad es realmente total: podemos hacer lo que queramos con el mundo, incluso destruirlo. Pero esa autoridad moral debe ser ejercida para su protección y mejora. Autoridad proviene del latín auctoritas, derivado del verbo augere, que significa aumentar, hacer crecer, magnificar. Por ejemplo, la autoridad de los padres con los hijos tiene sentido si su capacidad se pone al servicio del crecimiento íntegro de su prole, basado en su individual potencialidad. Del mismo modo, debe comportarse el hombre con la naturaleza.”
P. ¿Hay algo en los árboles que no encuentre en otras plantas?
R. En general me gustan todas las plantas, me gustan mucho los helechos, las suculentas, ¡los musgos! Pero la madera me parece increíble, la estructura tridimensional optimizada fisiológica y mecánicamente que fabrican es increíble y de una gran belleza. Lo es a cualquier nivel que lo analices: hoja, yema, rama, incluso por su metabolismo, aparece la maravilla de lo que son o hacen. También la dendrocronología —el estudio de los anillos de la madera— me parece una ciencia del árbol a la que se podría dedicar la vida entera sin aburrirte.
P. ¿Cómo ve la cultura del árbol en España, con respecto a otros países?
R. España es muy diversa y hay zonas que valoran más los árboles que otras. En general, creo que en las zonas donde hay más árboles, como en el norte de España, hay más conexión con ellos, y allí donde están menos presentes por el clima no se les valora tanto. Pero es solo una generalización; también en los entornos excesivamente urbanos el árbol es, para mucha gente, uno de los pocos puntos de contacto con la naturaleza, y eso les otorga un mayor valor. Sin embargo, creo que en España hay un gran desconocimiento popular de las bondades y beneficios de los árboles, que se extiende a menudo a la propia profesión. Tendemos a valorarlos más por los inconvenientes que generan que por sus beneficios. Es difícil tener una buena relación con algo o alguien del que tienes una lista de molestias…
P. ¿Y cómo es la formación de las personas que cuidan de esos árboles?
R. Creo que ha mejorado mucho, y España cuenta ya con numerosos profesionales con buena formación. Quizá la jardinería, que realiza muchos trabajos sobre árboles —especialmente en la plantación—, no se ha impregnado tanto de lo que la arboricultura tiene muy asumido. Así que ahí veo deficiencias importantes. Tanto si hablamos de la jardinería en general, como específicamente de la arboricultura, tenemos que aprender a valorar los árboles como un todo, con sus aspectos negativos y con sus beneficios. Solo el conocimiento profundo de ambos permite tomar decisiones correctas sobre su presencia en la ciudad.
P. ¿Qué ayudaría a mejorar la percepción del árbol que se tiene en la sociedad y en la clase política?
R. Por un lado, me parece que hay que descubrir esa capacidad humanizadora de los árboles, especialmente en las ciudades grandes, generando un confort psicológico y climático que tiene consecuencias en la salud física del cuerpo. José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología Ambiental de la UAM, que desde hace muchos años estudia la relación entre la naturaleza y las personas, afirma, derivado de sus estudios, que los árboles hacen a la gente mejores personas. Eso no se puede decir de muchas cosas. Una buena percepción de lo que los árboles hacen cambiaria la opinión de la mayoría. Otro aspecto que facilita esa mejora es la profesionalidad de los que trabajan con ellos, y que hace que se gestione de manera más correcta, minimizando el riesgo de manera proporcional y las molestias que tienen asociados en la medida de lo posible.
P. Con su empresa, Doctor Árbol, tratáis de salvar árboles en peligro o que presentan riesgos, realizando incluso trasplantes de grandes ejemplares.
R. Tenemos una pasión muy alta por saber más cada día, y esa “verdad de los árboles” que vamos conociendo nos permite ponerlos en su justo lugar. Solo con esto conseguimos muchas veces preservar árboles que se veían peligrosos o poco valiosos. En algunos casos, estos estudios también recomiendan su eliminación. Pero, en general somos muy conservacionistas y nos hemos especializado en “trabajos especiales para árboles especiales”, que es el lema que nos acompaña desde el inicio de nuestro proyecto. Por ejemplo, instalamos anclajes o hacemos trasplantes de árboles que se hubieran cortado sin más.
P. En la ciudad, ¿qué se podría hacer para contar con más árboles en espacios donde, en teoría, no se pueden cultivar?
R. Yo creo que, con voluntad, muchas cosas son posibles. Cuando los espacios libres en un punto concreto de la ciudad son ínfimos, siempre se pueden generar estrategias de renaturalización con plantas trepadoras o macetones. Pero, en general, la mayoría de las calles —aun las muy estrechas— tienen capacidad de albergar árboles. Sin embargo, eso requiere dedicación y oficio en la gestión de la estructura a través de las podas, para poder fabricar un árbol de bajo mantenimiento y entender cómo los beneficios que su presencia generan son mayores que las molestias que también fabrican. Creo que su implantación es más difícil cultural que técnicamente.
P. ¿Qué infraestructura mejoraría la salud y vitalidad de los árboles en la ciudad?
R. La ciudad es muy diversa y cada punto tiene su capacidad de mejorar a través de estrategias también muy distintas. Pero quizá el elemento que más permite la mejora de la trama verde es la combinación en el mismo lugar donde crece el árbol con los suelos permeables (SUDS), pensados para incorporar agua al subsuelo. Esto permite generar espacios descompactados, diseñados para recibir el agua de lluvia que cae. Actualmente, la ciudad está pensada para escupir fuera y canalizar toda el agua que cae. Solo hay que mirar cómo es un alcorque tradicional, donde el agua de lluvia no suele entrar, o solo lo hace de manera deficitaria. Un suelo no compactado, con aporte de agua, transforma la capacidad de los árboles para crecer y sobrevivir.
P. ¿Qué prácticas de arboricultura se deberían descartar, por obsoletas y por dañar la vitalidad de los árboles?
R. Lo que más dificulta la presencia del árbol en la ciudad es la extrema compactación de los suelos, que, por otra parte, son indispensables para la movilidad, por ejemplo. Pero de las actuaciones de mantenimiento que considero más erróneas son la plantación de árboles excesivamente grandes y muy enterrados. Respecto a la poda, podría mencionar el no reconocer la “opinión” de los árboles para respetar su naturaleza, eliminando ramas que no generan molestias reales —como las ramas interiores— o los refaldados de gálibo excesivos (supresión de las ramas bajas que pueden molestar el paso de vehículos o peatones). Estas podas alteran la estructura de los árboles, haciéndolos más peligrosos y reduciendo su capacidad de adaptarse a cambios del entorno, como los climáticos.
P. ¿Por qué muchas veces se ven árboles en los jardines y en los parques que no se desarrollan como deberían, que permanecen estancados en su crecimiento durante muchos años?
R. La plantación excesivamente profunda es, muchas veces, la causa. Es un hecho que se explica en el “parvulario” del arborista, pero parece que no acaba de calar. Igualmente, muchas veces la planta ya viene enterrada desde el vivero. La segunda causa de ese estancamiento es la compactación.
P. ¿Qué campos están avanzando más en los últimos años, en lo que se refiere al cuidado del árbol?
R. Hay descubrimientos y avances casi cada día, aunque su aterrizaje en la gestión diaria a veces tarda un poco. Pero quizá la constatación más importante es que la naturaleza es muy sabia, y que muchas veces hacer menos es hacer más, y que, si se genera el entorno adecuado, ella se organiza admirablemente bien. Por ejemplo: la eliminación de los tratamientos fitosanitarios en las ciudades ha tenido como consecuencia la reducción masiva de las plagas, excepto las de nueva aparición por la globalización. Es decir, eran los propios tratamientos químicos los que mantenían a las plagas, eliminando sus depredadores. Claro está, hay excepciones y habría que añadir matices, pero actualmente los tratamientos son solo de un 5 a un 10% de los que se hacían antaño, y tenemos menos incidencias que antes.
P. Para terminar, ¿qué puede hacer una persona que plante un árbol en su jardín o en el campo, para que crezca sano y fuerte, para que ese árbol llegue a ser centenario y lleno de vitalidad?
0¡Preparar bien el sitio! Si no pudiéramos movernos de un lugar en mucho tiempo, pondríamos mucho interés en arreglarlo. ¡Eso es lo que les pasa a los árboles que no se mueven nunca de donde nacen! Suelos con suficiente aireación, profundos y con aporte y acumulación de agua de lluvia permiten al árbol ser autosuficiente al cabo de poco tiempo y desarrollarse de manera excelente. Luego en este espacio hay que poner árboles jóvenes, que tienen una gran capacidad de adaptarse a las peculiaridades del lugar. Los árboles jóvenes tienen la capacidad de cambiar, a través de ajustes epigenéticos, su adaptación al entorno, y eso les permite ser mucho más eficientes. Esa capacidad de modificar la genética se reduce con la edad y dificulta la adaptación, especialmente si los entornos son complicados. En Estados Unidos se suele decir que, “si quieres un árbol grande, planta un árbol pequeño”. Creo que resume muy bien este punto.