Si conociéramos y comprendiéramos lo que aporta un jardín valoraríamos a aquellos que lo saben cuidar.
Los jardines son espacios que nos acercan a la naturaleza y en donde, al contrario que en ella, podemos intervenir para que sea menos salvaje, más suave, adaptarlos a nuestra manera, establecer sombras donde no las hay, crear olores, colores y generar un bienestar que nos reconforta enormemente.
Cuando se crea un jardín son muchos los factores a tener en cuenta y quizá uno de los más importantes es su perdurabilidad en el tiempo: cómo hacer para que ese jardín no genere demasiados problemas de mantenimiento. Las especies vegetales crecen y cambian, se crean nuevos espacios, varían las condiciones del suelo, de las sombras, de la humedad y de la luz con el paso del tiempo. Cuidar un jardín requiere conocimientos botánicos, edafológicos, fitosanitarios, fisiología vegetal, etc, pero sobre todo hay que tener paciencia, sensibilidad y sentido común y todo esto cuesta mucho.
El valor del jardín
Sin embargo una de las profesiones menos valoradas es la de jardinero. El paisajista suizo, Dieter Kienast, decía que el jardín es un lujo porque exige lo más preciado de nuestra sociedad: tiempo, cuidado y espacio. Y bien que lo hemos visto en ésta pandemia… pero queremos que todo se haga rápido: esta sociedad depende de las máquinas, de la rapidez y eso no le viene bien a los jardines. El problema es el tiempo y la formación: Se crea un circulo vicioso en donde no se valora ni lo uno ni lo otro, como no podemos permitirnos pagar a un profesional bien formado ni que emplee un valioso tiempo en el cuidado del jardín pagamos a personas con menor formación y que lo hacen más barato y más rápido, pero no lo hacen bien. Y por eso no interesa formarse bien en esto de la jardinería: no está bien pagado. Es una pena.
Los jardines no son mobiliario, no son de usar y tirar, no son parte de la vivienda, no podemos dejarlos sin cuidar durante nuestras vacaciones. En realidad un jardín es algo inmaterial y no es decoración. Se trata de espacios para el disfrute de la mente y el cuerpo, para pensar, descansar, filosofar, oler, oír, sentir, observar… Debemos tener jardín si verdaderamente nos gusta tener un jardín, con lo que ello conlleva, si queremos disfrutar de su cuidado, de su crecimiento, de lo que nos aporta. La frivolidad de colocar plantas por su estética y sin más conocimiento que lo que cuestan o lo “raras” que son, es algo que choca con la filosofía del propio jardín.
El jardín no necesita máquinas, necesita cerebro
Actualmente se abusa de la maquinaria. Tenemos máquinas para todo, y son útiles claro, pero no siempre. Hay labores en los jardines donde la máquina es innecesaria y, aún peor, hace daño a las plantas. Abusamos de los cortes con máquinas para hacer bolas, para podar en exceso, para desbrozar, y eliminamos el porte natural y dañamos los cuellos de las plantas. Usamos sopladoras para eliminar las hojas caídas, en vez de dejarlas formando una hermosa capa orgánica. Queremos que todo esté siempre demasiado “urbano” y eliminamos la naturalidad del jardín sin comprender los coloridos, la armonía de las formas ni la estacionalidad del jardín.
Cuidar es una palabra delicada, está ligada al amor. Se cuida aquello que se quiere, que es valioso y para cuidar se requiere tiempo, conocimiento y delicadeza. Se cuida a los hijos y a las personas que quieres y el cuidado supone conocer muy bien a quien estás cuidando y hacer lo posible para que no le falte nada de lo que necesita.
Si conociéramos y comprendiéramos lo que aporta un jardín, si dedicáramos tiempo a pensar en lo que conlleva cuidar un jardín, entonces lo valoraríamos y también valoraríamos a aquellos que lo saben cuidar. Sólo teniendo en cuenta estos parámetros podremos apreciar el jardín y sólo entonces valoraremos a quién dejamos que entre en él cuando nosotros no podemos hacerlo. Lo demás es querer tener por tener y eso no merece la pena.