Las podas agresivas acaban por debilitar al arbolado, más expuesto a plagas y enfermedades, y esto incrementa el peligro para los ciudadanos.
Fuente: José Pichel El Confidencial
levan meses de trabajo y en algunos sitios, ya entrado el mes de abril, aún no han finalizado. La temporada de poda de los árboles urbanos se extiende incluso hasta la primavera, cuando ya están brotando nuevas ramas, porque la masa verde de nuestras ciudades cada vez es mayor y no resulta fácil de gestionar. Sin embargo, el trabajo que queda a la vista de todo el mundo es carne de cañón para las críticas. Muchos ciudadanos se preguntan por qué cortan las ramas de una manera tan radical. Otros, por el contrario, lamentan que haya ejemplares con copas gigantescas que pueden suponer un peligro.
¿Qué dicen las evidencias científicas? Desde hace décadas, los estudios sobre arboricultura apuestan por intervenciones reducidas y advierten en contra de las podas agresivas, que pueden ser contraproducentes y debilitar los árboles, provocando lo contrario de lo que se pretende, haciendo que muchos ejemplares se conviertan en un peligro para coches y peatones. A pesar de todo, la práctica más común en España es exactamente esa: sin distinguir unos casos de otros, casi siempre se recurre a cortar por lo sano.
“Evidentemente, las podas son necesarias, sobre todo cuando un árbol es joven, porque se le da la forma”, explica a El Confidencial el ingeniero agrónomo y arborista Óscar Hoyos. Sin embargo, “más tarde, se tienen que reducir y deberían acometerse solo cada cierto número de años”, añade. Este experto, que en la actualidad está elaborando un estudio sobre los daños que acarrean estas malas prácticas, lamenta que lo habitual en España es cortar anualmente “gran parte de cada ejemplar y, en particular, las copas”, así como desmochar las ramas principales.
El daño al arbolado
El resultado favorece la aparición de enfermedades y de podredumbre. “Las heridas de los árboles no cicatrizan como las de los animales”, así que, tras la poda, en muchas ocasiones, “los hongos empiezan a invadirlos y se pudren”, destaca. No obstante, las consecuencias finales dependen mucho de cada especie. El plátano de sombra, uno de los árboles más plantados en nuestras ciudades, tiene una gran capacidad para generar madera nueva, tapando rápidamente los cortes de la poda y, por lo tanto, minimizando sus efectos. Es la llamada “madera de reacción”.
En cambio, los olmos se cuentan entre los árboles que peor responden. No solo quedan expuestos a microorganismos que pueden dañarlos, sino que “se ceban con ellos” muchos insectos como los coleópteros, que le transmiten la grafiosis, enfermedad que casi acaba con la especie en el siglo XX. En general, “todos los árboles se ven perjudicados”, pero, además de la especie concreta, influye la genética de cada ejemplar y los factores ambientales que lo rodean. Como mínimo, las podas severas suponen retrasos en el desarrollo del árbol, deformaciones y crecimientos anómalos de nuevos brotes.
Lo cierto es que los árboles son seres vivos muy resilientes y es difícil que una plaga pueda matarlos de un día para otro. Sin embargo, “sus tiempos no tienen nada que ver con los nuestros”, comenta Hoyos, su respuesta biológica es muy lenta, así que es probable que no veamos los efectos negativos de una poda hasta mucho tiempo después. “Si le quitamos la copa, van a centrar sus esfuerzos en regenerarla para restituir su capacidad fotosintética”, explica el investigador, “pero esto hace que sea más débil en primavera frente a los ataques externos”. En definitiva, perjudica el desarrollo de los ejemplares y reduce su longevidad.
El peligro de no podar
Juan Andrés Oria de Rueda, investigador de la Universidad de Valladolid y experto en botánica forestal, coincide en que se producen muchas “podas gratuitas” y “brutales”, asegura. En particular, si pasa cerca alguna línea eléctrica “parece que hay bula para hacer podas excesivas en áreas urbanas y no urbanas ante el peligro de que interfieran con los cables”. Incluso sucede lo mismo en casos menos justificados e incluso arbitrarios, cuando el único problema es que “tapan el cartel de un negocio”, denuncia.
Sin embargo, considera que lo primero es extremar la seguridad de las personas y, ante la duda, apuesta por evitar el peligro. Por ejemplo, el temporal Nelson, que pasó por la península Ibérica en plena Semana Santa, provocó la caída de numerosos árboles en muchas ciudades. “Aquí, en Palencia, cayeron varios árboles que no estaban bien podados sobre coches”, asegura. De hecho, eran olmos siberianos, la misma especie que causó la muerte a una joven de 23 años en la zona de Alonso Martínez, en Madrid, el pasado mes de noviembre. Este tipo de sucesos son los que animan a los ayuntamientos a realizar podas contundentes, tratando de evitar que nadie pueda culpar a los servicios municipales de desenlaces fatales, que se producen, especialmente, en días de viento y lluvia. “Ahora cierran los grandes parques, pero, en realidad, hay muchos miles de árboles más en las calles que en los lugares ajardinados”, asegura el experto.
En cambio, Hoyos considera que el argumento de la seguridad es una falacia. “Siempre que haya un árbol puede haber un accidente, pero las estadísticas dicen que en la Unión Europea muere más gente por la caída de un rayo que de un árbol; el problema es que son sucesos muy mediáticos”, comenta. En realidad, “las podas sistemáticas aumentan el riesgo de podredumbre, rotura de ramas y caída del tronco”, advierte. El árbol reacciona emitiendo muchos más brotes, pero no llega a consolidar ramas fuertes y bien unidas al tronco, con lo cual, “el riesgo de rotura es mayor”. Esto tiene un efecto endiablado, porque lleva a “repetir la poda año tras año, en un círculo vicioso”.
De esta manera, acaba por convertirse en una exigencia ineludible podar con frecuencia los árboles grandes ya debilitados por podas anteriores. Sin embargo, “muchas veces se aplica la misma medida con árboles pequeños que no tienen riesgos y que incluso están ubicados en zonas de muy poco tránsito”. El resultado es que quedan condenados a una poda permanente para el resto de sus años de vida, cuando la verdadera solución pasaría por una gestión más eficaz desde el momento en el que se adquiere en el vivero.
Sin embargo, el problema de la caída de árboles en zonas urbanas va mucho más allá de la poda. Según explica Oria, las raíces suelen ser muy superficiales por varios motivos. A veces, no hay tierra disponible, por ejemplo, cuando debajo se construye un aparcamiento subterráneo. En otras ocasiones, son los sistemas de riego modernos, por goteo, los que favorecen que la extensión de la raíz sea muy superficial. Así, cuando apenas se hunde unos centímetros en el suelo y la copa adquiere una gran dimensión, el peligro de caída se incrementa.
De dónde vienen las malas prácticas
Por eso, lo ideal sería analizar cada caso y podar solo cuando un árbol represente un verdadero peligro, pero en la práctica esa manera de actuar desbordaría los recursos disponibles. “Las zonas verdes de ciudades y pueblos han aumentado muchísimo desde hace 50 años, hay un gran número de árboles y su gestión es muy complicada, así que recurren a estas prácticas indiscriminadas en lugar de realizar una atención individualizada, porque es más rápido hacerlo sistemáticamente”, comenta el ingeniero agrónomo. En su opinión, a esto hay que añadir que los criterios, más que técnicos, suelen ser políticos.
Por otra parte, los expertos creen que hemos heredado el concepto tradicional de que las podas son buenas para los árboles y que favorecen su crecimiento, una idea asociada a la productividad de los frutales, pero alejada de la realidad en los ornamentales. En estas últimas décadas se han plantado muchos árboles, lo cual es una buena noticia por sus innumerables ventajas: aportan sombra, limpian el aire, favorecen la biodiversidad y generan bienestar psicológico, entre otras muchas. Sin embargo, “ha primado la cantidad frente a la calidad”, apunta Hoyos. Así, se plantan ejemplares demasiado juntos, pegados a las viviendas o en lugares donde, en efecto, puede suponer un riesgo. Es decir, que, en lugar de tener árboles bien desarrollados, tenemos muchos árboles endebles.
El problema es generalizado. “En este país se podan mal decenas de miles de árboles todos los años”, asegura el ingeniero agrónomo. En otros lugares ocurre algo similar, pero también hay ejemplos de buena gestión. “En Portugal tienen árboles magníficos que no tenemos en España”, afirma. Lo mismo ocurre en Alemania o en los Países Bajos, que conservan muchos más ejemplares grandes y frondosos. Por el contrario, como norma general, “son los países más atrasados los que practican más podas severas”.